Si tuviera que pedir un deseo pediría despertar cada mañana a tu lado. Ya he vivido, ya me he lamentado, ya he padecido, ya hice cosas que no quiero hacer con nadie más que no sea contigo. No quiero probar nada más que el sabor de tus lágrimas, tus labios sonriendo, tus formas viriles acariciándome. No sé bien que es la felicidad pero creo estar siéndolo. Y sé que todos los días no serán bonitos pero si serán perfectos porque estás tú y no anhelo nada más.
Después de ti no habrá nada. Y si hubiera algo sería la muerte. Cruzarte en mi camino fue el mejor regalo de Nochebuena y de mi vida entera. Aquel tercio de cerveza se me atragantó, apareciste sin más, me encontraste tan abatida y triste. Y aun así quisiste custodiar mis defensas ante mis negaciones y mis miedos. Tú tenías el corazón en llamas y yo partido en mil pedazos. Nadie se había interesado tanto por mí y pudiste conmigo. Y menos mal que lo hiciste.
Ahora ya no se qué sería de mi sin ti. Me has devuelto ilusión y seguridad, ganas de soñar, de experimentar, de reír. De saber que quiero y que te quiero, de no andar desorientada, de no ir revoloteando por las flores, sino de quedarme a vivir en tu regazo. Eres magia, eres fuerza y luz, eres dulzura y miel para mis aguas, eres océano y frescura, montaña y calidez para mi piel.
¿Qué más puedo pedir?
Sé que estás hecho para mí.
Que declaración preciosa. Creo que Oscar Wilde se la hubiera hecho a su bello amante y él, derretido, no hubiese cometido tantos desarreglos con el corazón de Oscar. Un abrazo.
ResponderEliminarVuelvo ahora de Pêre Lachaise, de unos labios de cereza y de carmín, del deseo de los amantes de volverse camaleones, absorberse los colores y rumiarse.
ResponderEliminarBello.
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