Cuántas veces se acercó a la orilla de la playa
para ver al pescador zarpar en su barca.
Cuántas veces durmió bajo las aguas del mar
soñando que desaparecían las escamas.
Cuántas veces siguió el rastro de aquel hombre, la sirena,
que cada mañana alzaba sus brazos para llevarse un pedazo de cielo.
Mientras ella lloraba lágrimas que,
mezcladas con la sal, se convertían en cristal.
Cuántos suspiros burbujeantes salieron de su boca triste,
cuántos peces vio morir.
Pero enamorada cada mañana le veía partir,
Y sin poder asomar su pelo largo y mojado,
sus manos frías, su piel pálida.
La sirena ya no quería vivir más en el mar.
Y el pescador ajeno a aquel amor
cada día alzaba sus brazos para llevarse un pedazo de cielo.
¿Alguna vez podré tenerle entre mis brazos?
¿Sentir su piel cálida y tostada por el sol?
¿Podré ser amada por él?
Soñar a su lado y pasear por la playa…
Y un día sucedió.
Pescando en las aguas como cada mañana,
el pescador la vio.
Fue tal su asombro que le costaba respirar,
no podía creer lo que el mar le había traído a su barca.
Era pequeña, de piel suave, blanca y brillante.
Con ojos oscuros, pelo largo y mojado,
y una cola plateada colmada de escamas.
Así fue como el pescador
se llevó para siempre el corazón de la sirena.
Y dejándola caer sobre el agua calma,
la observó.
Virginia F.
EN LA COSTA SUIZA
ResponderEliminarEn un pueblo de allá por la costa suiza,
-ohé, ohé-,
un viejo pescador,
borrachín, tranquilo, sin dar la paliza
a nadie de su alrededor,
pretendía vivir a su manera,
que era:
salir a pescar
y pescar
boquerón, calamar,
o alguna ballenita
-que también las da el mar-
y después regresar
con la frente marchita,
como dice el cantar
que se suele volver.
Y vender el pescado en la lonja,
boquerón, calamar,
una esponja
-que también las da el mar-,
y cobrar
lo que hubiera ganado
al vender el pescado.
Y marcharse a gastar
lo que hubiera cobrado,
en comer
y en comprar
cuanto es menester
poseer.
E invitar a beber
y beber hasta el anochecer.
Y arrojar lo que hubiera sobrado
del dinero cobrado,
arrojárselo al mar,
devolver.
Devolverle el dinero.
Y cada amanecer
empezar desde cero.
Pero muchos vecinos denunciáronle al pobre
-ohé, ohé-
por contaminar.
Que sus pocas monedas, sus "vertidos de
cobre",
ponían perdidito el mar.
Y no pudo vivir a su manera,
que era:
salir a pescar
y pescar
boquerón, calamar,
o alguna ballenita
-que también las da el mar-.
Y después regresar
con la frente marchita,
como dice el cantar
que se debe volver.
Y vender el pescado en la lonja,
boquerón, calamar,
una esponja
-que también las da el mar-.
Y cobrar
lo que hubiera ganado
al vender el pescado.
Y marcharse a gastar
lo que hubiera cobrado,
en comer
y en comprar
cuanto es menester
poseer.
E invitar a beber
y beber hasta el anochecer.
Y arrojar lo que hubiera sobrado
del dinero cobrado,
arrojárselo al mar,
devolver.
Devolverle el dinero.
Y cada amanecer
empezar desde cero.
(Javier Krahe)
Comentaré citando a Héroes del Silencio... "Sirena vuelve al mar varada por la realidad, sufrir alucinaciones cuando el cielo no parece escuchar, dedicarte un sueño, cerrar los ojos y sentir oscuridad inmensa"
ResponderEliminarMe ha gustado, sobretodo porque me ha traído a la memoria ésta canción que tanto me gusta y tantos recuerdos trae consigo... Besos!
Triste canto de sirena, si su amado al final sólo se llevó su corazón dejándola en el mar. Pero en el mar escasean sirenos, derretidos por la contaminación. Sin embargo, por cruel que parezca, la tierra no suele ser buen ambiente para sirenas, por enamoradas que estén.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, tiene magia.
Un saludo
una historia de amor con MAYÚSCULAS...
ResponderEliminarel mar te trae toneladas de poesía, y la gestionas muy bien, creeme
un beso en mi martes gris