El tronco, cortado en dos, parecía un moribundo que ansiara
respirar. Aunque las dos mitades no estaban del todo separadas –la fuerza de
las raíces y la solidez de la base las mantenían ligadas por debajo del suelo-,
todo signo de vida estaba destruido: ya no fluía por ellas ni una gota de
savia. Las inmensas ramas estaban muertas; las tormentas del próximo invierno
les darían el golpe de gracia, derribándolas al suelo. Pese a todo, aún podía
decirse que era un árbol; tal vez arruinado y muerto, pero su esencia seguía
allí.
"Hacéis bien en sosteneros una a otra –les dije, como
si esos trozos de madera monstruosos fueran seres vivos y pudieran oírme-. Pese
a vuestro aspecto herido, negro y derrotado, queda en vosotras algún signo de
vida: os mantenéis unidas por las fieles y honestas raíces. Nunca volveréis a
tener hojas verdes, los pájaros no anidarán de nuevo en vosotras ni entonarán
melodías; el tiempo del amor y el placer
ha terminado, pero al menos no estáis solas: ambas compartís esa
decadencia."
Jane Eyre, Charlotte Brontë
Fotografía de Dos aguas (Valencia) tras el incendio .